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martes, 29 de abril de 2008

Diario de una Chica Swing I

Estoy harta. Harta de babosos chicos de fin de semana disfrazados. Muchos años a mis espaldas acostándome con pintosos popes avalan estas palabras: La noche confunde mucho y las apariencias engañan. Mi paciencia se ha terminado, voy a pasar a la acción.

Os pondré en situación. Me he pintado exageradamente la raya del ojo, he compartido jeringuilla con infraseres, e incluso les he pateado para sentirme mejor antes de llegar a casa… pero lo del pasado Jueves no tiene precedente.

Pasada la media noche una llamada me hizo desatender mi animada lectura de El Quijote. Se trataba de mi padre sollozando. Al parecer mi tío Fernando había fallecido esa misma tarde y quería que fuese con él al velatorio que estaba montado en el Tanatorio de la M-30.

No me hacía mucha gracia ya que al día siguiente madrugaba y… ¡que coño! Mi tío era un putero que incluso me había robado el dinero de la paga cuando era pequeña para tener los servicios de alguna ucraniana que seguramente no sabría ni chuparla bien. Ahí se pudra. Aún así no eludí el protocolo y acepté la invitación.

El sitio era bonito. Había flores por todos lados y olía a iglesia. Pero el ambiente era terrible: familiares lejanos, vecinos, trajeados compañeros de trabajo (cocainómanos y puteros como él, por supuesto), incluso habían venido paletos del pueblo donde solía veranear.

Mientras mantenía el tipo para aparentar estar destrozada por la grata pérdida observaba detenidamente a mí alrededor. De pronto, ví como entraban en la recepción tres chicos vestidos elegantemente con trajes antiguos, como sacados de una película. Supuse por sus ojeras y acelerado paso que serían otros decadentes compañeros de aventuras de mi tío. Uno de ellos señaló nuestro velatorio e indicó: “Es la cinco”.

Al llegar saludaron a una tía abuela mía presentándose como amigos íntimos. Más tarde le dijeron a mi padre que eran vecinos de Fernando y por último se acercaron a mí y dijeron que simplemente venían para solidarizarse con los madrileños que mueren injustamente todos los días.

Fue una escena brutal. Allí tenía a esos tres jóvenes sentados escuchando música con un walkman antiquísimo y hablando delante del cadáver de mi tío de sesudos procedimientos de momificación que después propusieron a la viuda.

No podía creer lo que estaba viendo. La situación no se alargó mucho más, la cerrada mentalidad de mis familiares puso fin al “espectáculo” de la forma más primitiva posible. Los chicos tampoco ofrecieron mucha resistencia, les untaron pero bien y aún así ellos no paraban de reírse y llamarles incultos.

La curiosidad me movió de forma casi automática y les estuve siguiendo un rato. Con el cuerpo magullado se sentaron en un banco al lado de la Mezquita y empezaron a discutir como si nada hubiese pasado sobre cual de los hijos de Mahoma era legítimo, la altura real de los caballos árabes… y un sin fin de elucubraciones que para mí no tenían ningún sentido.

Cuando tomaban la palabra lo hacían en plural, “Nosotros, los chicos Swing, bla bla bla” Me parecían unos idiotas pero no aguanté más, me acerqué a hablar con ellos. Cuando me iba aproximando a su lugar se callaron y uno de ellos, que me sonaba de haberle visto en mi etapa macarrónica infantil de botas y tirantes me dijo señalando: “Eres muy guapa, ¿qué opinas de que esta sea la única mezquita del mundo que no esté construída hacia La Meca?”. (Glup) Tragué saliva y conteste: “Opino lo mismo que de todos esos coches que circulan hacia el sur por la M-30, ¿dónde cojones se creen que van?”.


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